lunes, 21 de julio de 2008

Mi pasión por el vacío me hizo golpear el fondo del vaso,
me invitó a recorrer su pared cilíndrica,
su cristalino fondo.

La uña conoció el frío viento
de mis vanos movimientos,
del palpar absurdo,
de la solemne paciencia del esmero vacuo.

¿Hubo hielos?
¿Carne crujiente?
¿Poros abiertos?
¿Una raja sangrante?
¿Un camino que termina justo en el lugar sobre el que poso mi pie derecho?

Recuerdo el día en que medir era todo fogosidad,
y contar y recorrer y andar y andar eran mi sino;
[esa imagen aparece justo en el momento en que veo mi dedo desaparecer en el cilindro cristalino.]

Entra la mano,
el brazo izquierdo,
la cabeza y los bigotes;
brinco y balanceo mi dorso sobre la orilla de la circular ventana
para permanecer un momento en el justo margen de la existencia.
Cierro los ojos, que huyendo de la consumación fueron a dar justo en las rodillas,
pues la cabeza ya había sido absorbida.
Lento me deslizo y reaparezco justo frente al diáfano vaso del primer párrafo de mi vida.

Consciencia:
Un gusano traslucido menea mis cabellos,
juega con mi nariz y acaricia mis axilas.