Personaje.
Cuando actúo tomo un personaje al que doy carne en mi cuerpo. El personaje siempre es antes, su vida es menos limitada que la de los cuerpos. ¿Cuántos personajes hay? ¿Cuántos podemos llegar a señalar a lo largo de nuestro andar por esta tierra mientras llevamos el nombre que llevamos y olemos lo mismo que la grasa de nuestros cabellos mezclada con el olor a los pies, las axilas y los genitales que llevamos adosados al cuerpo, mientras cortamos y vemos crecer de nuevo nuestras uñas? Un número que aunque no es infinito es muy grande.
Señalar no siempre implica conocer del todo al personaje que tomaremos, hay (las más de las veces) encuentros disimulados entre dichos personajes y nuestra carne. Probablemente tan sólo conoceremos unas cuantas variables de uno sólo personaje: yo enojado, yo estúpido, yo alegre, yo triste, yo triunfador… ¿Y si sólo existe un único personaje del que todos tomamos modelo? ¿Y si todos somos el mismo chango del refrán anglo “monkey sees monkey does”? Sin embargo, este análisis (recordemos que analizar implica partir, partir algo que en un principio estuvo junto) en que señalamos las partes (rabia, enfado, miedo, tristeza…) del personaje originario en que hemos convenido parece no cerrar a cada una de las entidades separadas y precisas que son los personajes implicados al hablar de actuar, siempre hay algo que se nos escapa; pues, caso contrario, encontraríamos común a cada una de estas caretas en tal o cual persona, es decir, tendría que existir un estado emocional colectivo en el cual cada uno de los actores representa una particular y diferenciada forma de ser. Algo parecido al mundo del teatro, particularmente la comedia.
Entonces, planteémonos la pregunta: ¿Actuar es elegir?
miércoles, 23 de mayo de 2007
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